martes, 2 de febrero de 2010

SESENTA AÑOS DESPUES


A los sesenta años de un enigma

Benito López Franco, “el soldado de los milagros”, un falso suicida


por: Juan Domínguez Lasierra / El Heraldo de Aragón



Cuando Benito López Franco, soldado del regimiento de Regulares nº 5, en Melilla, se despertó aquella mañana del 17 de enero de 1950, tal vez intuyó que las amenazas, más o menos veladas, que desde hacía unos meses estaba recibiendo se iban a hacer realidad en las próximas horas. Era, como decían en su pueblo, Cetina, un pálpito, una sensación incómoda que ni le abandonó en el momento de la ducha, ni cuando se vestía el uniforme, ni durante el desayuno. Ya hacía tiempo que no salía del cuartel, que le había abandonado su sonrisa de siempre, su espíritu jaranero, sus ganas de cantar. Estaba sometido a presiones por uno y otro lado, y no sabía como salir de aquella situación. Aunque las circunstancias le iban a favorecer. Porque al cabo de una semana se iría con permiso a su pueblo, y después ya no volvería a Melilla, puesto que había sido destinado a Madrid, una decisión militar que tal vez, lo pensaba y repensaba en sus horas de inquietud, era fruto de aquellas presiones que últimamente se hacían más patentes. Era un alivio salir de Melilla, y eso que la ciudad le gustaba, y lo había acogido con enorme afecto. Su buena planta, su simpatía, y el hecho de cantar como los ángeles, lo mismo la jota que la zarzuela o la canción moderna, le habían abierto las puertas del Casino Militar, donde solía actuar en las fiestas y saraos de los oficiales, y donde había conocido a la que, sin duda, era la fuente de todos sus problemas. Una joven, demasiado joven tal vez, hija de un oficial, que se había enamorado de él con el ceguera de su extremada juventud. Por un lado estaba ella. Por otro, el padre, que a toda costa quería impedir aquellos amores locos, y donde procedía, era de suponer, esas amenazas y presiones. Más aún cuando su joven enamorada le confesó su decisión de irse con él a Madrid.


Aquella mañana del 17 de enero, después de una noche de sueños inquietos, Benito estaba trabajando, como cada día, en la enfermería del cuartel. Era ayudante del comandante médico, y acaba de poner un par de inyecciones a unos compañeros de mili. Salió al patio a respirar un poco de aire fresco. Miró al cielo, que estaba luminoso, y pensó en el cielo de Cetina, en que dentro de unos días podría mirarlo de igual forma, aunque con otros sentimientos. Pensó en sus padres, sus hermanos, sus amigos... También en aquella propuesta que le había hecho Imperio Argentina de llevarlo con él en su compañía, cuando coincidió con la actriz en el hotel del Balneario de Alhama, cercano a Cetina, donde él trabajaba como pinche de cocina y ella se alojaba mientras duraba el rodaje en Calatayud de “Nobleza Baturra”. Pero aquellas radiantes ilusiones, que mantenía fervientemente en su corazón, estaban ahora nubladas por su inmediato problema. Sintió un escalofrío cuando, en el solitario patio, aparecieron aquellos tipos. Tan de repente, tan sin pausa, que ni tuvo tiempo de reaccionar. Puñetazos, patadas, insultos. Por el golpe terrible que recibió en el brazo derecho supo que la cosa era seria. Que las amenazas que había recibido no eran en balde, que sus peores temores se confirmaban. Y ya no supo más Tal vez se había caído y su cabeza había tropezado con algún bordillo. Tal vez recibió directamente el golpe mortal de uno de aquellos sicarios.

Al cabo de unas horas, alguien descubrió su cadáver colgado de la cadena del váter en el baño del botiquín. Y al día siguiente, sin autopsia, sin informe forense, con sus restos metidos en una bolsa, sin más sudario que sus calzoncillos, fue enterrado en tierra civil, con una ligera capa de cemento encima de la tierra, en el cementerio de Melilla. En el archivo del camposanto municipal existe un documento que dice: “Niégase la sepultura en Sagrado al cadáver del soldado Benito López Franco por no constar nada en contrario a esta Vicaría sobre el suicidio intencionado de la víctima. 18 de enero de 1950. El vicario-arcipreste J. Antonio Segovia, Rev. Sr. Capellán del Cementerio de la Purísima Concepción.” Es el único documento conocido sobre su muerte.
De cómo el joven cetinero llegó a convertirse en el “soldado de los milagros” es otra historia.

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Hoy se cumplen 60 años de la muerte de Benito López Franco, el 'soldado de los milagros', y a pesar del tiempo transcurrido se mantienen abiertas todas las incógnitas sobre cómo se produjo aquel luctuoso suceso. Cómo murió y sobre todo, por qué, son las principales cuestiones que siguen sin respuesta. Lo que queda claro para su familia es que el joven militar no se suicidó, sino que recibió una fuerte paliza que le condujo a la muerte, propinada por quienes, cumpliendo órdenes, intentaron castigarlo por mantener relaciones con la hija de un destacado militar destinado en Melilla.

La exhumación del cuerpo en 1977 así lo revela, según los familiares, aunque nunca se le practicó la autopsia.Benito López Franco tenía 22 años cuando abandonaba su hogar en Cetina, en Zaragoza, para incorporarse al regimiento de Infanterio 52 de Melilla y cumplir con el servicio militar. Corría el año 1949. Benito llegaba a la ciudad acompañado por varios compatriotas y con una maleta llena de proyectos e ilusiones. Entre ellos, la más que probable posibilidad de incorporarse a la compañía de Imperio Argentina, donde poner en manifiesto su magnífica voz.

Pero todos aquellos sueños quedaron truncados en la jornada del 17 de enero de 1950 cuando le descubrían sin vida en la enfermería del acuartelamiento. La muerte se produjo en extrañas circunstancias y sesenta años después, poco o nada se sabe sobre lo que ocurrió o de las circunstancias que rodearon al hecho. Lo que queda claro para los familiares es que el joven no se suicidó y la demostración más palpable de ello es que su tumba permanezca los 365 días del año cubierta de flores, depositadas por decenas de ciudadanos anónimos que lo veneran como 'el soldado de los milagros'.


Misterios

Corría el año 1975 cuando en su lecho de muerte Alfredo Marruelo confesaba a Gregorio Gil, amigos ambos de Benito López Franco, que el joven militar no se había suicidado, sino que había muerto a manos de personas indeterminadas que le propinaron una mortal paliza. Le contó que como consecuencia de los golpes, le rompieron el brazo derecho y la ocasionaron una herida de gravedad en la cabeza. Ese rumor fue el que se extendió por el acuartelamiento aquella jornada de hace ya sesenta años.

Pero ese 17 de enero de 1950 la versión oficial fue otra: el cuerpo de Benito había sido encontrado en el aseo del botiquín del antiguo acuartelamiento de Regulares 5 de Melilla, con la cadena del retrete atada al cuello, por lo que todo apuntaba a que se había suicidado. Sin más investigaciones y sin practicarle una autopsia, 24 horas después del hecho el soldado era enterrado en el cementerio civil. La familia de Cetina, que esperaba a Benito para pasar unos días de permiso, recibió el anuncio de su fallecimiento una semana después del suceso.

La falta de medios y de influencias, según cuentan los hermanos, les imposibilitó desplazarse a Melilla y solicitar una investigación de los hechos.Precisamente en el año 1975 José López, hermano de Benito, se desplazó a Melilla tras tener conocimiento de que allí se veneraba la figura de su hermano como 'el soldado de los milagros'. José se encontró con una tumba de tierra que sólo contaba con una cruz colocada por sus antiguos compañeros de armas de Cetina, que fueron licenciados de urgencia tras su muerte. El sepulcro estaba cubierto de flores que depositaban melillenses anónimos que no dudaban "en romper la cerradura que impedía el paso" al llamado cementerio civil, relata José.

En 1977 la familia de Benito decide exhumar el cuerpo para darle sepultura cristiana y es en ese momento cuando, atendiendo a las explicaciones de Gregorio Gil, José, junto a su hijo Vicente y su nuera Luisa, siguen con detenimiento las operaciones de extracción del cuerpo. "Se congregó mucha gente y pusieron a un Guardia Civil para custodiar el recinto, porque la gente protestaba porque pensaba que nos queríamos llevar a Benito", comentan los familiares. "No es cierto lo que se ha contado, porque Benito estaba en una tumba individual, eso sí, en tierra y sin más sudario que su ropa interior. De hecho mi suegro -relata Luisa- reconoció que se trataba de Benito porque le faltaba una muela en el lugar esperado y por los botones de sus calzoncillos, que era los que usaba su madre para confeccionarlos".La exhumación ayudó también a corroborar la declaración de Alfredo Marruelo. "No somos científicos ni forenses, pero comprobamos que el cráneo tenía una raja en un lado y también que el brazo derecho estaba partido por la mitad". A falta de una investigación oficial, la familia reitera que Benito no se suicidó sino que fue asesinado.

Los restos del joven soldado fueron depositados en una bolsa y enterrados a escasa profundidad sobre un manto de cemento y tierra. Desde entonces, hasta tres veces y gracias a donaciones particulares, se ha renovado por completo la sepultura de Benito, que permanece todo el año cubierta de flores.

La familia de Benito regresa año tras año en la festividad de Todos los Santos, siempre con palabras de agradecimiento al pueblo que guarda con tanto cariño y respeto la memoria del joven cetinero, que incluso cuenta con una calle en la ciudad en la que descansa desde hace 60 años.

José, el hermano menor de Benito López Franco, el “soldado de los milagros”, me llama para decirme que ha leído mis reportajes sobre su hermano, y entre otras muchas cosas me comenta algo que me impresiona:
--La gracia que tenía en vida, como no pudo desarrollarla porque lo mataron, la desarrolla después de muerto...
Nunca había oído una explicación tan luminosa de por qué se producen los milagros, de porqué algunos personas tienen una virtud especial para hacer favores después de muertos...
--Él tenía un don, que yo mismo he notado -me dice José.
Y me cuenta una historia extraordinaria, que, hace unos quince años, de vuelta de un viaje a Melilla, donde está enterrado su hermano, traía en una cartera una foto de “el soldado” envuelta en un papel, y cuando fue a sacarla se encontró con que el retrato se había copiado con toda nitidez en el papel que envolvía la foto.
También me cuenta lo que le costó a la familia que quitaran la tapia que separaba el cementerio civil del general y pudieran enterrar a Benito en sagrado.
-- Está claro que lo mataron. ¿Sabes que el certificado de defunción no lo firmó ningún militar? Lo firmó el cura castrense, y sin que se le hiciera ni autopsia ni nada.
José López Franco era diez años más joven que Benito y el recuerdo de su hermano está lleno de admiración. Fue en 1975 cuando él se enteró de los poderes milagrosos de su hermano, aunque ya hacía veinte años que los familiares iban a verlo al cementerio de Melilla.
Le pregunto a José cómo empezaron a notarse esos poderes y me cuenta una historia prodigiosa, que, según tiene entendido, todo partió de tres mujeres, que lo vieron allí enterrado, en solitario, con la cruz tirada... Y al ir a levantarla, se les apareció Benito y empezó a hablarles. Fueron en varias ocasiones y siempre se les aparecía, y les contaba su vida. El milagro empezó a extenderse y empezaron las gentes a ir a rezarle...
-- Y Salvador Cañada, el hombre que atiende la tumba, que reparte estampa, que riega las flores...
--Ese sabe mucho, pero calla...
Entrevisté a Salvador en Melilla hace un par de años y estuvo efectivamente discreto. Le pregunté por su dedicación a Benito:
--Por agradecimiento. Mi señora le tenía fe. Padecía del corazón, le rogó a Benito y se curó. Entonces venía aquí una señora a cuidar la tumba, a ponerle flores y regarlas Pero se puso mala y mi señora la sustituyó, porque estaba agradecida y no quería que se quedara la tumba sin ningún cuidado. Como mi señora anda ahora delicada, vengo yo.
Mientras estuve con él, la gente no para de acudir a la tumba. Incluso apareció una musulmana joven que le traía una corona.
--Tenía a su niño malo y le rezó, se le puso bueno. Ahora, cada cierto tiempo le trae una corona.
Ví gente que lloraba. Otros se ponían de rodillas para rezarle.
“Ruega por nosotros Benito para que seamos dignos de las promesas que te pedimos”, reza una placa de mármol, en forma de libro abierto, puesta sobre la tumba, donde se ha incrustado un esmalte con la efigie de Benito en uniforme de soldado. La tumba es toda de mármol blanco. A la cabecera hay una cruz, del mismo material, y por encima del cuerpo del crucificado, otra placa con la leyenda: “Aquí yace Benito López Franco, muerto el 17-1-1950, a los 22 años. Recuerdo de tus hermanos”. Toda la tumba estaba llena de flores.
--¿Y usted sabe lo que ocurrió con su muerte, Salvador?
--Yo de eso no sé nada, yo sólo sé que Benito es un santo, más que un santo.
--¿Pero lleva usted cuidando su tumba desde hace más de veinte años, y algo habrá oído, de su falso suicidio, de las causas de su asesinato?
--Se dicen muchas cosas.
--¿Usted no conoció personalmente a Benito?
--Pude conocerlo...
Salvador no parecía dispuesto a contestar.
--¿Y cuando usted falte, Salvador, qué pasará con la tumba de Benito?
--Vendrá otro. Porque Benito es más que un santo...
Esto es lo que opina también José, su hermano, que tiene un taller de reparaciones enel barrio Oliver:
--Él tiene un don –repite.
Nos citamos para más adelante, porque José tiene más cosas que contarme, pero yo me quedo con esa frase suya, tan luminosa:
--La gracia que tenía en vida, como no pudo desarrollarla porque le mataron, la desarrolla después de muerto...


Imagen que ilustra esta información: Estampa del soldado de los milagros, Benito López Franco, facilitada por Mariano Carralero Tovar, Administrador del Cementerio de la Purísima Concepción de Melilla.

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