lunes, 16 de febrero de 2009

El soldado de los milagros: Benito López Franco


Nuevos descubrimientos sobre la muerte de Benito López Franco,
el quinto de Cetina al que Melilla venera como un santo


El doble enigma del "soldado de los milagros"

En su lecho de muerte, Alfredo Marrueco confiesa a Gregorio Gil su secreto .
Gregorio Gil cuenta por escrito lo que le contó Alfredo sobre la muerte de Benito .
Benito no murió ahorcado sino de una paliza que le rompió la cabeza y un brazo


por Juan Dominguez Lasierra

Melilla está revuelta. Me lo dice Pepe Marqués, que en realidad es el que más revuelto está.
--¡Sabes que se ha descubierto que Benito murió de una paliza, que le rompieron la cabeza y un brazo!
Sentía tener que decírselo, precisamente a él, que me había descubierto el caso, que me había hecho conocer la figura de Benito, sus antecedentes, su tristísima muerte, su asombrosa santificación popular. Pero esa información que él creía novedosa estaba en mis manos desde hacía muchos meses, desde que el hermano menor del soldado de los milagros, José, me la había proporcionado. Y José hacía mucho mucho tiempo que lo sabía. Si no había querido hablar…
--Esa información lo cambia todo… -me dice Pepe emocionado..
--En realidad, Pepe, no cambia nada. Una vez que sabíamos que Benito no se suicidó, cambiar su muerte a tiros por una paliza modifica las circunstancias, pero no lo fundamental de esta historia: saber quienes le mataron y porqué. Y este enigma sigue intacto.
Un manuscrito revelador
Hace meses, en efecto, José, el hermano menor de Benito, me había hecho llegar una fotocopia de cinco páginas manuscritas que había escrito, poco antes de su muerte, un amigo del soldado de los milagros, Gregorio Gil López, apodado Pío.
Pío rememora sus días infantiles en Cetina, los tiempos de escuela y juegos, sus maestros, cómo a los 14 años Benito y él tuvieron que ponerse a trabajar, los grupos de amigos, las cuadrillas que formaban los mozos, de cómo Benito tocaba la guitarra, "era un buen aficionado porque todo lo sacaba de su cabeza" -comenta-, y cantaba la jota, las chicas que frecuentaban… Benito López Franco y Alfredo Marruedo eran los mejores amigos.
En 1949 llega el momento de ir a la mili. Benito y Alfredo, que eran de la misma quinta del 48, fueron a Melilla; Gregorio era del 49, pero se fue voluntario al cuerpo de aviación en Zaragoza.
Según la declaración de Gregorio, en Melilla se encontraban cinco quintos del pueblo, Benito López Franco, Alfredo Marruedo Joven, Marcos Marco Marco, Jesús Marco Mateo y Juan Moros Pérez. En Melilla prosiguió la estrecha amistad de Benito y Alfredo, que se hacían confidencias, incluidas las sentimentales.
Benito había conocido a la hija de un alto mando, y un día el padre se enteró, con gran disgusto. Según cuenta Gregorio, el padre mandaba a soldados a su servicio para que presionarán a Benito y dejara a su hija. Alfredo, confidente de estos problemas, aconsejaba a Benito que dejara esas relaciones, pero la chica estaba tan enamorada que lo perseguía por todas partes y también le amenazaba si llegaba a dejarla. En esta situación, amenazado por las dos partes, según el testimonio de Gregorio, por el padre y por la hija, el 17 de enero de 1950, Benito aparece muerto en los aseos del botiquín. El cadáver es retirado, se niega incluso a los compañeros de Cetina que puedan verlo y al día siguiente, 18 de enero, el vicario J. Antonio Segovia (¿) redacta un certificado de defunción donde se le niega sepultura cristiana por causa de suicidio. Pese a ello, los compañeros de Benito le ponen una cruz a su sepultura, que empieza ya a recibir flores.
Otra versión de la muerte
Los compañeros de Benito son licenciados. Pero entonces sucede algo trascendental en esta historia. Antes de salir de Melilla, un compañero de cuartel, cuyo nombre se desconoce, le dice a Alfredo que Benito no se había suicidado, que lo habían asesinado, matado a golpes, que le habían roto la cabeza y un brazo. Como nadie podía confirmarle aquello, Alfredo nunca se atrevió a comentarlo a nadie, ni familia ni amigos.
Aquí entra en escena de nuevo Gregorio Gil, quien dejó este testimonio que resumimos de sus páginas manuscritas. En 1954, Gregorio, que mantenía amistad con Alfredo, va a Francia a trabajar, y a partir de ese año sólo vuelve al pueblo para vacaciones. Aunque comentaban entre ellos lo misterioso de la muerte de Benito, Alfredo nunca le cuenta a su amigo lo que le dijo el soldado desconocido. Pero en agosto de 1975, cuando Gregorio llega de vacaciones, se encuentra a Alfredo enfermo de gravedad y va a visitarlo. Era el 3 de dicho mes. Alfredo sabe que se muere y le cuenta a Gregorio su gran secreto. Alfredo muere unos días más tarde, el 8 de agosto. Gregorio guarda también el secreto.
En mayo de 1977, el concejal de cementerios de Melilla suprime la separación de la tierra sagrada, y como va a procederse al desenterramiento de restos, se comunica a los familiares de Benito. Entre los que acuden están Vicente López Espeja y su señora, Luisa Gil Pelegrín, yerno e hija de Gregorio. La fecha es el 30 de mayo.
Gregorio le advierte a su yerno que cuando saquen a Benito de su ataúd se fije bien si tiene rotos la cabeza y un brazo. Le dará explicaciones a su vuelta de Melilla A su regreso, el yerno le dice que, efectivamente. Benito tiene la cabeza y el brazo rotos. Entonces Gregorio le cuenta lo que Alfredo le había confesado en su lecho de muerte, el 3 de agosto de 1975.
La noticia ya se difunde, y Gregorio Gil López la pone por escrito, que sólo da a conocer en el 2000, cuando Cetina rinde homenaje a su malogrado hijo.
El enigma sigue
Pero de lo único que estamos seguros es de que Benito López Franco no se suicidó, como se dijo, como se mintió por las autoridades militares de la época. Es curioso que se diga que en el ataúd que se destapó el cadáver estaba puesto boca abajo, como dicen que se ponen a los suicidas, y que se metió una cadena de wáter, la que se dijo mentirosamente que había utilizado para ahorcarse. Había gente, claro está, interesada en que la muerte de Benito pasara por un suicidio, lógicamente para ocultar el homicidio. ¿Pero quién provocó su muerte? ¿Fue una simple pelea de soldados? ¿O los militares estaban pagados para pegarle? Fue su muerte una amenaza que llegó involuntariamente más allá de lo previsto, o fue la venganza de un padre indignado, de un novio despechado? He aquí el misterio que prosigue, con derivaciones que ponen gravedad a lo ya muy grave del asunto. ¿Por qué y cómo se tapó un crimen con un suicidio? Y falta el enigma que convierte este caso en un hecho extraordinario. ¿Cómo llegó a convertirse el soldado asesinado en un santo de espontánea devoción popular, cuyos favores reclaman cientos de personas, que llenan permanentemente de flores su tumba en el cementerio de Melilla? Porque en el caso de Benito a un enigma criminal se une otro religioso.
La sepultura
Hace un par de años escribí ya en estas páginas una serie de reportajes en torno al soldado de Cetina. Desde entonces, he seguido indagando en este extraordinario caso que, a medida que pasa el tiempo, obliga a nuevas y más complejas preguntas. Porque faltan informaciones veraces, porque los papeles que habían de aclararlo oficialmente no parecen existir. Tengo en mis manos la fotocopia del documento existente en el Cementerio Municipal sobre la muerte de Benito:
"Parroquia Corazón de Jesús, Melilla. Niégase la sepultura en Sagrado al cadáver del soldado Benito López Franco por no constar nada en contrario a esta Vicaría sobre el suicidio intencionado de la víctima. Dios guarde a V. muchos años. Melilla, 18 de enero de 1950. El vicario-arcipreste J. Antonio Segovia. Rev. Sr. Capellán del Cementerio de la Purísima Concepción. Melilla ".
Abusando de mi amistad, y de la cordialidad de Rafael Imbroda, melillense de toda la vida, le pedí el grandísimo favor de que me informara sobre el momento en que la devoción a Benito empezó a hacerse patente en Melilla. Cumpliendo como el mejor, Rafael me enviaba el siguiente informe:
"Hoy 16 de Mayo de 2006, he acudido al cementerio de Melilla y me he entrevistado con su conserje, D. Tomás Tomé.
Me cuenta que ocupa el puesto de conserje desde septiembre de 1977 y que antes había sido sepulturero. Habla del muro que separaba la parcela del resto del camposanto y de su enorme puerta. Siendo él sepulturero se metía en ese patio a tomar el bocadillo preceptivo de media mañana por ser un lugar tranquilo y protegido de miradas indiscretas. En líneas generales coincide con los detalles que teníamos y concreta que el muro se derriba en 1978 por entonces la tumba aparecía ya cubierta de flores, aunque, añade, peor organizadas.
Por otra parte, hoy pregunté a mi madre (93 años) que a pesar de su edad mantiene una memoria privilegiada sobre su recuerdo sobre esa tumba que está a escasos 30 metros de la que guarda los restos de sus padres. Hasta el 62 iba frecuentemente a cuidar la tumba de sus padres y a partir de esa fecha, que fallece mi padre, deja de ir al cementerio. Una de dos, o mi madre era muy despistada y no se enteraba de lo que sucedía muy cerca de ella, cosa que dudo, o no existía ninguna parafernalia hasta ese momento. Esto puede ser un dato para pensar que la devoción se inicia después de esa fecha.
El patio se denominaba antes de retirar la valla Patio Civil y cuando Tomás tomaba el bocadillo allí había muchos matojos y pocas tumbas. Actualmente se denomina Parcela 31. Meses antes de llegar él, el 30 de Mayo de 1977, sus familiares y en su nombre, Teodoro López Franco, solicitan y le conceden la exhumación para su traslado a Zaragoza. Ante este hecho se arremolina la gente pidiendo que no se lleven los restos y los familiares terminan por acceder. En ese momento se cambia la dirección de la tumba. Como te he dicho había pocas y se disponían de forma anárquica. Estaba orientada de Norte a Sur. En la exhumación se platean dudas sobre la verdadera identidad de los restos porque era una especie de fosa común. Finalmente y no sé porqué medio, se determina que verdaderamente pertenecen a Benito López Franco, enterrado el 17-01-1950, se meten en una pequeña caja de madera y se entierran en el mismo lugar con la orientación que ahora tienen todas las sepulturas en esa parcela, es decir de Este a Oeste. O sea que como yo te dije hubo un cambio pero no se movieron del mismo lugar.
Le cuentan a Tomás Tomé, sepultureros que había en el cementerio antes de su llegada que por iniciativa propia o por encargo de los familiares, el conserje (Ginés Calvo) y un albañil (Juan Urbaneja) deciden adecentar la tumba por los 70. Lo hacen a base de azulejos de cerámica. Uno de ellos infiere un profundo corte en la mano a Juan Urbaneja que se dirige a las oficinas conteniendo como podía la hemorragia. Se aprecia, pues, un claro reguero de sangre saliendo de la tumba. Esto dispara la imaginación popular y aumenta la leyenda urbana del "soldado de los milagros" diciendo que "había manado sangre de la tumba". Él me confirma los datos de buen mozo, cantaor y con don de gentes. La leyenda popular habla de que era novio de la hija de un capitán, en otros casos, la amplían a que era capitán médico y que Benito se dedicaba a contentar tanto a la madre como a la hija. Éstos son los datos objetivos que me ha contado Tomé, que además me ha mostrado la petición de Teodoro para la exhumación. Seguimos teniendo una laguna sobre la fecha del inicio de la devoción pero se puede ir intuyendo".
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¿ Sicarios?
José Luis Navarro, autor de un libro de relatos titulado "El soldado incorrupto", donde se narra el caso del soldado, aunque extrapolado literariamente, tuvo también la amabilidad de contarme lo que había sabido de la historia del soldado:
"Hará unos treinta años, en el bar de oficiales del Cuartel de Santiago, un capitán moro "así se les llamaba y creo que era imán", me refirió de forma reservada la historia de un soldado, sanitario y auxiliar o asistente del capitán médico de entonces, al que el dicho le pilló 'enfrascado' con una de sus hijas adolescentes mandándole al calabozo, donde días después apareció ahorcado. Para el imán, más bien fue suicidado. Incluso me habló de un 'cabo de vara', moro también, que, junto con otros sicarios, se ocupó del asunto. Cinco o seis años después, habiéndoseme ordenado restaurar uno de los panteones militares, entablé conversación con los sepultureros del cementerio que estaban extrayendo restos de las fosas comunes para arrojarlos al osario. Fue entonces cuando observé una tumba floreada y supe, por uno de ellos, el de más edad (creo que capataz), que pertenecía al soldado que hacía milagros y, según él, al remover la tumba, su cuerpo había aparecido momificado, por lo que le dejaron allí".
13.05.2007

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